No pude dejar de mirar sus manos mientras hablaba. Estrujaban un puñado de certezas apiñadas. Apretadas. Conformando una simpática pelota antiestrés tricolor.
Pensamientos lanzados al aire. Creencias botando a mi alrededor. Deseos y decepciones estampados en la pared de una habitación. A un lado sus dedos y su verdad atrapada. Al otro mis ojos y su expresión de eterna confusión.
Y fue con el tiempo cuando comprendí que aquello solo tenía una intención. La de estrangular hasta asfixiar la propia resignación.
lunes, 23 de noviembre de 2009
Suscribirse a:
Entradas (Atom)